Hace poco Juan me dijo
que a él, como a mi, le gustaba mucho El Principito. Ahora, Juan se
ha ido como el Principito, demasiado pronto, mordido por la
serpiente: la única manera de regresar a su mundo. Y la serpiente
tenía buen veneno; no le hizo sufrir.
Pero nos ha dejado
desolados. Todos los que le conocimos, durante más o menos tiempo,
le echaremos de menos y miraremos de noche las estrellas; porque
Juan, nuestro pequeño príncipe, estará en una de ellas y, al
mirarlas, tendremos que sonreír sin remedio aunque tengamos los ojos
y el corazón llenos de lágrimas:
“Cuando mires al
cielo, por la noche, como yo habitaré en una de ellas, será para ti
como si rieran todas las estrellas. ¡Tú tendrás estrellas que
saben reír!
(…) Y cuando te hayas
consolado (siempre se encuentra consuelo) estarás contento de
haberme conocido. Serás siempre mi amigo...”
Y aunque ahora estemos
terriblemente tristes (tan tristes que solo queramos ver puestas de
sol) sabemos que ha sido un honor que Juan nos haya “domesticado”
que hayamos “creado lazos” que nos unirán para siempre; más
allá de estos cuerpos que quedarán aquí como viejas cortezas
abandonadas. Porque nos volveremos a ver en quién sabe qué mundos y
conoceremos las flores que ahora cuida y sabremos por fin lo que es
importante, eso que no se ve.
Pero mientras llega ese
momento, deseo consuelo para sus padres, para la joven que compartía
su vida y sus ilusiones, para sus hermanos, para sus familiares y
amigos, para todos los que abriremos de noche la ventana buscando a
Juan en las estrellas. Para todos a los que nos resultan agradables
las puestas de sol.
Hasta luego, Juaniko,
Pequeño Príncipe, merece la pena tanto dolor a cambio del
privilegio de haberte conocido.